miércoles, 20 de octubre de 2010

El Conde Sisebuto

Este poema es propiedad de J. Abatí pero llevo años queriendo recuperarlo como lo recita mi tía Pilar: Para morirse de RISA.

"A veinte leguas de Pinto
y treinta de Marmolejo,
existió un castillo viejo
que edificó Chindasvinto.
Perteneció a un gran señor
algo feudal, y algo bruto.
Se llamaba, Sisebuto
y su esposa, Leonor.
Y Conegunda su hermana
y Berenguela su abuela.
Y una tía de esta abuela
atendía por Mariana.

Era una noche fría
noche airada, noche lluviosa.
Noche terrible, espantosa.
Noche, en fin, noche de invierno.
En un gótico salón
dormitaba Sisebuto
y un lebrel, flaco y enjuto
roncaba en el portalón.

Cabalgando en un corcel
de color verde botella,
raudo como una centella
llega al castillo un doncel.
Empapadas trae las ropas
por efecto de las aguas.
Como no lleva paraguas,
llega el pobre, hecho una sopa.
Salta el foso, llega al muro.
¡La poterna está cerrada!
¡Me ha dado mico mi amada! -exclama-
¡Pues vaya un apuro!

De repente, algo que resbala
siente sobre su cabeza.
Levanta el brazo y tropieza
con la cuerda de una escala.
Sube que sube que sube...
trepa que trepa que trepa...
en brazos cae de un querube:
la hija del conde, La Pepa.

En lujoso camerín
introduce a su adorado
y al notar que está mojado
lo seca bien con serrín.

¡Lisardo, mi bien amado,
único ser quien yo adoro,
el de los cabellos de oro,
el de la naríz de cielo!
¿Qué sientes, encanto mio?
¿No sientes nada a mi lado?

Y el responde: siento frío.
¿Frío dices? ¡Eso me espanta!
¿Frío dices? ¡Eso me aterra!
¿No llevarás camiseta, verdad?
-No.
¡Pues toma esta manta!

Y ahora hablemos del amor
que nuestras almas dislocan.
Yo, te amo como una loca.
-Yo te quiero como un niño.
-Mi pasión ralla en locura!
-El mío es un arrebato.
Si no me quieres, me mato.
Si me olvidas, me hago cura.

¿Cura tú? ¡Por Dios bendito!
¡No repitas esa frase!
¡Pues estaría bonito!
Hija soy de Sisebuto
desde mi más tierna infancia.
Y aunque mi padre es un bruto,
aunque temo sus furores
y aunque sé a lo que me expongo,
¡Huyamos, vamos al Congo
a ocultar nuestros amores!

De pronto, se oyen pasos...
Se abre una puerta escusada...
¡Y cual horrible huracán
entra un hombre, luego un can!
luego nadie... Luego nada...
¡Hija infame! -ruge el conde-
¿Qué haces con éste señor?
¿Dónde has dejado mi honor?
¿Dónde?, ¿dónde?, ¿dónde?

Y saca horrible puñal
y al joven, golpe certero
introduce el fino acero
entre la espina dorsal.
El joven, como es natural
la diñó como un conejo.
Ella, frunció el entrecejo
y enloqueció de repente.
El Conde se volvió loco
en resultas del espanto,
y el perro no llegó a tanto
pero le faltó muy poco.

...Y aquí termina la historia
verídica, interesante,
trágica, fulminante,
de aquel castillo tan viejo
que edificó Chindasvinto
a veinte leguas de Pinto
y treinta, de Marmolejo."

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