viernes, 1 de marzo de 2013

Romance del Labrador y el Invierno



Estando yo en la mi choza
preparando la labranza,
con el sol ya cansado
y la luna rebajada;
soplando una brisa fría
de las cumbres mandada.

Vide venir un caballo blanco
por una oscura cañada;
de boca y orejas de lobo,
cascos como cucharas.
Era el Viento del Norte
que huía del calor del alba,
era el invierno huidizo,
el de las tripas de paja.

—Vete, hijo del frío,
vuélvete a la montaña;
que ya toca la siembra.
—Déjame la majada,
permite que me quede
y regalos en tu ventana
hallarás hechos de oro,
tesoros de plata y grana.

— ¡Vete, caballo de hielo,
márchate, pelleja cana!
La primavera se acerca,
la siembra llevo atrasada.
Regresa a tus frías sierras,
porque aquí poco te llama;
tú que siempre tienes hambre,
pero coges sin pedir nada.

Durante largas y tristes horas,
allí se quedó firme la alimaña
indecisa de si marcharse lejos
o salir por las sendas agrias.
El sol asomaba ya a lo lejos,
el invierno se desesperaba:

Y antes de la aurora, raudo fue
de vuelta a sus cuevas heladas.
El viento del norte partió,
marchó el de boca alobadada,
de vuelta a esa su lobera
en lo alto de las montañas.

Adiós, aliento del sueño,
adiós, hijo de la voz cansada
que tiene por estomago,
pozo sin fondo en la entraña.
Adiós, caballito veloz
de crines escarchadas.